Clara Sanchis Mira
El libro electrónico está lleno de ventajas y se comerá el mercado, sí, pero no podrá comerse al de papel, dije yo
Me he apostado una cena a que el libro de papel sobrevivirá al libro electrónico. Ha sido bastante imprudente por mi parte, si tenemos en cuenta que el adversario es un reconocido escritor, conocedor del mundo editorial y las nuevas tecnologías mucho más que yo que, en realidad, ando pez en las dos cosas. Pero hay veces en las que uno se obceca, y yome obcequé. Esgrimí que son asuntos independientes que tienen utilidades distintas y que, por eso, convivirán. El libro electrónico tiene ventajas de peso, de acuerdo. No pesa. Posee facultades acumulativas alucinantes, sí. Hay gente que va por ahí con las obras completas de Shakespeare como si nada. Se montan en el autobús y resulta que las llevan en el bolsillo. Buena parte de la literatura universal está al alcance de sus dedos con una facilidad obscena. Pueden, además, adecuar el tamaño de la letra a sus necesidades ópticas sin dejarse la vista con esas ediciones de hormiga que andan por ahí. Y muchas otras comodidades que yo desconozco - ya digo que estoy pez-y que el escritor ni siquiera creyó necesario poner encima de la mesa mientras escuchaba, con una sonrisa educada, mi teoría sobre los asuntos no excluyentes.
El libro electrónico está lleno de ventajas y se comerá el mercado, sí, pero no podrá comerse al libro de papel, dije yo, como si estuviera diciendo algo. Es maravilloso llevarse a cualquier parte cientos de novelas con la ligereza de un bocadillo de jamón. Pero una noche nos despertaremos sudorosos, soñándonos en una barca en medio del océano, con toda la lectura almacenada en un aparato que puede ser víctima de un pequeño fallo misterioso y morir en el acto. El peso del libro de papel puede ser un incordio en determinadas ocasiones en las que sin duda usaremos el electrónico, de acuerdo. Pero otras veces querremos la seguridad física del papel. Y también nos gustará sentir el peso del volumen entre las manos. Nos reconfortará irauna librería y llevarnos bajo el brazo un libro bien pesado, de paseo por esta vida tan gaseosa. Incluso dos o tres. Apilarlos luego encima de la mesa y degustar el espacio que ocupan, que también cuenta. Porque el libro tiene casi tanto valor como objeto que como vehículo de lectura, lo sabe todo el mundo. No los tenemos exactamente para leerlos. No sólo. También son un objeto decorativo de primera necesidad. ¿Qué pasará con las paredes de nuestras casas si quitamos las librerías? ¿Nos soportaremos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, entre paredes blancas? Y si no, ¿qué haremos? ¿Nos vamos a poner ahora a colgar cuadros?, ¿tapices? ¿Enredaderas interiores?, inquirí, desasosegada ante la sonrisa distraída del escritor que, sin duda, miraba mucho más allá.
Se veía a sí mismo en un futuro cercano donde internet y el libro electrónico le daban al fin la independencia. Y la totalidad de los ingresos de sus obras. Una página web sólo suya, o algo parecido, donde estarán expuestas sus novelas y el lector podrá descargarlas por un precio ajustado a la ligereza y la agilidad del nuevo sistema de compraventa. Sin intermediarios. Así pintaba, sin miramientos, este escritor, un mundo sin libros que yo no alcanzo a imaginar. Por eso aún me esforcé en improvisar un paralelismo con la radio, que logró sobrevivir a la televisión cuando todos la daban por muerta. Pero él dijo que, puestos a hacer comparaciones, era más ajustado pensar en la superioridad del coche frente al caballo. Reducida a este punto ecuestre, fue cuando salí del paso con lo de la apuesta, que al fin y al cabo es a diez años vista. Me apuesto una cena a que dentro de diez años la venta de libros sólo se ha reducido un 15%, solté. Pero no sé ni si lo oyó. Hacía rato que se le notaba poco interesado en la discusión, como con la cabeza en alguna frase de la novela que estuviera escribiendo estos días, o algo así.
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