28 oct 2011

El libro: un proceso, un subproducto, una conversación

Jeff Jarvis | BuzzMachine
Megan Garber, de Nieman Lab, ha escrito un post maravilloso sobre la naturaleza de los libros y la conversación, utilizando como ejemplo mi libro. Es, como ha dicho Jay Rosen, demasiado bueno para resumirlo. Así que por favor, leedlo.
Me encanta el artículo de Garber, no sólo porque dice que “el 90 por ciento de las críticas de Morozov son totalmente injustas”, refiriéndose a algo que se supone es una crítica de mi libro. También me gusta porque Garber ofrece la crítica más seria de mi libro hasta la fecha.
Escribí un libro sobre compartir. Pero un libro es una mala forma de compartir.
El libro, dice Garber, está “diseñado para adelantar libros dentro del mercado, más que como un mercado de ideas. Está dirigido a la publicidad más que a lo público, a vender objetos más que a impulsar los argumentos que contienen”.
Garber tiene razón. Confieso mi hipocresía por escribir mis dos libros sobre otras bases: no los he hecho digitales, cliqueables, corregibles, enlazables... Los hice para que me pagasen, publicasen, promocionasen y distribuyesen (aunque con el cierre de Borders esa última función es menos valiosa). Garber apunta como atenuante que he compartido mis ideas sobre lo público en mi blog antes de escribir el libro.
 “El profesor ha estado predicando sobre lo público durante años (en Buzzmachine, en su columna de The Guardian, en conferencias, en televisión, Twitter, la radio, sus Tumblr). Si sigues a Jeff Jarvis, sigues Public Parts. Has visto cómo se han ido formando con el tiempo sus pensamientos sobre lo público. El libro que ha resultado de ese proceso público (el artefacto privado) es secundario. Es el resultado comercial de una misión comunitaria”.
Está siendo demasiado blanda conmigo. Mientras escribía el libro sí compartí y discutí muchas de las ideas en mi blog. Eso puede ser una forma de colaboración y edición. Pero no hice lo suficiente, en lo que a mi respecta. Estaba tan ocupado investigando, escribiendo y editando el libro que me olvidé del blog.
Tal y como apunta Garber, en Public Parts digo que debería de intentar hacer que mi siguiente proyecto (si es que decido asumir alguno) sea distinto.
 “Al final de Public Parts Jarvis menciona que su siguiente proyecto quizás no sea un libro, sino un ‘libro sin un libro’: una serie de eventos públicos ‘godinescos’ celebrados en persona y online. ‘El libro’, escribe Jarvis, ‘si es que lo hay, será un sucedáneo, y quizás una herramienta de marketing para otros eventos.
El libro, si es que lo hay. El libro, un subproducto. Imaginad las posibilidades”.
Todavía estoy trabajando en qué podría ser. Así que dejadme que comience el proceso y que exponga mis primeras ideas aquí para escuchar lo que pensáis al respecto.
Empiezo por el artículo de Kevin Kelly en 2006 en The New York Times Magazine en donde plantea que los autores se acabarán apoyando en actuaciones (y la reacción asombrada de John Updike a ese “escenario bastante espeluznante”). Yo sugiero que los autores se conviertan en actores después de hacer sus libros.
Estoy sugiriendo, tal y como hacer Garber, que las charlas, los eventos, congresos, blogs, reuniones... (cualquier tipo de debate con gente inteligente) deben de realizarse antes del libro. El proceso se convierte en el producto; el libro (si lo hay) es un subproducto.
Pongo un ejemplo: hace tiempo que quiero explorar el impacto de una idea sencilla, que la tecnología conduce ahora hacia la eficiencia, por encima del crecimiento. He escrito varios post sobre ello. El debate ha sido asombroso por su inteligencia, perspectiva y generosidad. Mejoró aún más cuando el fundador de Y Combinator, Paul Graham, escribió sobre ello en Hacker News preguntando qué hace diferente a esta revolución (la digital frente a la industrial). Hubo respuestas increíbles. Me llevó varias horas leerlas todas, tomando muchas notas.
Eso hizo que me decidiese a proponer el tema como una conferencia de South by Southwest. Si la aceptan, tendré una fecha límite para mi investigación. Pero mientras tanto quiero (no, necesito) más conversaciones al respecto.
Eso me lleva a una idea para un nuevo negocio. No quiero realmente iniciarlo o gestionarlo. Tan sólo desearía que existiese para así poder usarlo.
Llegó la hora de cambiar el negocio de las conferencias y las charlas y dar alguna medida de control a los que intervienen (también conocidos como autores) y a su público (antes conocidos, como diría Jay Rosen, como audiencias). Deseo que haya una forma de apoyar el trabajo de autores y pensadores, apoyo en forma de debate, atención y colaboración, además de dinero.
Así que imaginaos esto: los autores deciden celebrar su propio evento. Si tienes la marca y la popularidad de, por ejemplo, Seth Godin (o, en el terreno de las ventas, de Jeffrey Gitomer), puedes llenar fácilmente un gran auditorio con seguidores. Cada uno de ellos podría hacerlo. Pero tipos como yo ni tenemos la marca ni el poder promocional para hacerlo. Así que digamos que me junto con uno o dos autores más y proponemos un evento para debatir sobre lo que estamos haciendo.
Kickstarter parece una plataforma ideal para descubrir si hay suficiente demanda para apoyar una reunión de ese tipo, al menos para empezarla. Si se inscriben suficientes personas, los autores pueden alquilar un espacio: no hay riesgo. La empresa con la que sueño se encargaría de la logística a cambio de una tarifa. También podría ser una plataforma para grupos que se quieren reunir, organizar conferencias sin organizadores de conferencias.
El evento, desde mi punto de vista, no trata de darle discursos a la audiencia, sino de conversar. El autor necesita aportar valor: una presentación, una charla, un conjunto de ideas o de desafíos. Pero lo que yo busco es la conversación; ir más allá en el desafío de las ideas y reunir perspectivas. El evento se podría retransmitir a través de streaming a un público más amplio. Podría ser grabado y compartido online para difundir a través de blogs, Google+, Twitter, Facebook, YouTube y demás.
Adviértase que no se trata de contener las ideas, sino de compartirlas. Eso es de lo que hablamos Garber y yo.
¿Hay un libro? ¿Por qué debería de haberlo? Porque un libro puede recoger las ideas y la investigación que surge de este proceso. Puede aportar la disciplina que el formato (y un buen editor, como el mío) exige. Puede difundir las ideas aún más allá, a mucha más gente que no quiso sumarse al proceso y a la conversación.  Puede hacer que las ideas duren más (en Public Parts cito a la especialista en Gutenberg Elizabeth Eisenstein, cuando dice que la Biblia de Gutenberg ha resultado ser un depósito de datos mucho más duradero que el disquete de ordenador).
Si hay un libro ¿se imprime? Esa posibilidad decrece día a día. Así que si sólo es electrónico, puede tener un formato diferente, incluyendo vídeos del proceso, fotos y gráficos para ilustrar algunos puntos y enlaces permanentes para apoyar la conversación que tiene lugar en internet.
Así que de nuevo volvamos a la disculpa por el libro que no hice en “What would Google do?” (digital, cliqueable, con enlaces, editable, actualizable y parte de una conversación). Hay algunos problemas: las conversaciones pueden ser invadidas por trolls. No hay una certidumbre económica. Se pueden dar pasos equivocados.
Pero ¿podemos acercarnos al ideal de Garber? Bueno, lo sabremos cuando lo veamos. Pero si seguimos este camino, tenemos un modelo frente al que medirlo: el que Garber establece en su gran post.
 “Nuestras asunciones sobre la propia información están cambiando, modificando ‘las noticias’ de una mercancía básica a una comunidad, de un producto a un proceso. Los mismos cambios que han trastocado al sector de las noticias inevitablemente cambiarán al sector del libro. Public Parts ofrece cierto atisbo de lo que puede ocurrir. Los libros como comunidad. Los libros como conversación. Los libros como ideas que evolucionan a lo largo del tiempo (ideas que giran, cambian e inspiran) y que, como tal, tienen el potencial de impactar viralmente”.
¿Pueden los libros hacerse virales? Lo pregunta Garber. Quizás, si se les permite ser más que libros.

Fuente: http://233grados.lainformacion.com

26 oct 2011

¿Por qué leer a través de Internet no es lo mismo que leer un libro?


Leer textos a través de Internet, mayormente hipertextos, no parece ser lo mismo que leer un texto fuera de Internet, mayormente un texto plano. Sobre todo si nuestra intención es aprender.
La intuición parece decirnos lo contrario: si la cuestión es aprender, lo mejor parecer ser que el texto esté jalonado de vínculos que enlacen con otras páginas, así se conseguirá una suerte de conocimiento interconectado, global, orgánico, de perspectiva múltiple, etc.
Pero la investigación sugiere, en base a los efectos cognoscitivos del hipertexto, que éste no es ninguna panacea para la educación del futuro. El mayor handicap es que el la propia estructura del hipertexto dificulta la lectura: implica la realización de tareas muy exigentes ajenos al acto de leer en sí mismo, tal y como señala Nicholas Carr en Superficiales:
Descifrar hipertextos es una actividad que incrementa sustancialmente la carga cognitiva de los lectores; de ahí que debilite su capacidad de comprender y retener lo que están leyendo. Un estudio de 1989 demostró que los lectores de hipertextos a menudo acababan vagando distraídamente “de una página a otra, en lugar de leerlas atentamente”. Otro experimento, de 1990, reveló que los lectores de hipertextos a menudo “no eran capaces de recordar lo que habían leído y lo que no”. En un estudio de ese mismo año, los investigadores hicieron que dos grupos de personas respondieran a una serie de preguntas mediante consultas a un conjunto de documentos. Un grupo consultó documentos electrónicos dotados de hipertextos, mientras que el otro consultó documentos tradicionales impresos en papel. El grupo que consultó documentos impresos superó en rendimiento al grupo dotado de hipertextos a la hora de completar su tarea.
Podríamos pensar que el hipertexto requiere más carga cognitiva porque no estamos habituados al hipertexto. Es decir, que con el transcurrir de los años, la gente se acostumbraría a la arquitectura del hipertexto. Pero no ha sido así. Los efectos continúan nocivos de leer hipertextos siguen siendo idénticos: los lectores de texto lineal entiende más, recuerda más y aprende más que aquellos que leen texto salpimentado de vínculos dinámicos.
En 2005, Diana DeStefano y Jo-Anne LeFevre, psicólogas del Centro de Investigación Cognitiva Aplicada de la Universidad de Carleton (Canadá), sometieron a revisión exhaustiva nada menos que 38 experimentos ya realizados en relación con la lectura de hipertextos.
La mayoría de las pruebas indicaba que “las crecientes demandas de toma de decisiones y procesamiento de la lectura”, especialmente en contraste con “la presentación lineal tradicional.” Concluyeron que “muchas prestaciones del hipertexto aumentaban la carga cognitiva, pudiendo exigir mayor memoria de trabajo de la que tenían los lectores.”
Otra cosa es que pedagógicamente se convenga que los contenidos bien diseñados, donde se combinan explicaciones o instrucciones auditivas y visuales, puedan mejorar el aprendizaje del lector. Eso se sostiene porque nuestros cerebros usan canales diferentes para procesar lo que vemos y oímos. Internet, sin embargo, no ha sido diseñada por educadores para optimizar el aprendizaje: todo se presenta de forma desequilibrada, de una forma que no deja de fragmentar la concentración.
La Red es, por su mismo diseño, un sistema de interrupción, una máquina pensada para dividir la atención. Ello no resulta sólo de su capacidad para mostrar simultáneamente muchos medios diferentes. También es consecuencia de la facilidad con la que puede programarse para enviar y recibir mensajes. La mayoría de las aplicaciones de e-mail, por usar un ejemplo obvio, están configuradas para comprobar automáticamente si hay nuevos mensajes cada cinco o diez minutos; y muchos usuarios actualizan rutinariamente, con el mismo fin, la bandeja de entrada, por si esta frecuencia no fuera suficiente. (…) Más allá de la influencia de los mensajes personales (no sólo por e-mail, sino también instantáneos o los telefónicos), la Web nos suministra cada vez más notificaciones automáticas.
Internet, pues, exige multitarea mental continua. Y además nos gusta, nos produce placer que se nos interrumpa con nuevos eventos y noticias. Para nuestro cerebro, este tipo de información anecdótica es adictiva. Y el hipertexto alimenta esa adicción. Interrumpiéndonos. Dificultando la lectura de textos lineales sostenidos que precisan de concentración.
Así que no siempre es lo mismo leer a través por Internet que leer un libro. Aunque todos quisiéramos que fuera así.
Si queréis profundizar en este tema, de cómo Internet nos vuelve más tontos pero también más inteligentes (según el tipo de inteligencia que estemos midiendo), os recomiendo otro artículo que escribí al respecto en la revista Mètode, de la Universidad de Valencia. Y, por supuesto, el libro de Nicholas Carr Superficiales.
Y espero que los hipervínculos del texto no os hayan distraído demasiado.

18 oct 2011

Metáfora de la industria editorial