En términos culturales –en términos industriales y económicos sería otra cosa–, Carlos Barral pasa por ser la gran referencia de la edición barcelonesa en la segunda mitad del siglo XX. Y es indiscutible que su catálogo, su labor como dinamizador cultural, sus propias obras y, particularmente, la influencia que tuvo sobre otros profesionales lo convierten en un elemento central. Pero también está claro que los avatares económicos de su empresa, así como una temprana desaparición, truncaron su carrera. En su estela, pero con creciente y deslumbrante luz propia, han brillado editores como Esther Tusquets (Lumen), Beatriz de Moura (Tusquets) y Jorge Herralde (Anagrama), que crearon sus firmas hace cuatro decenios largos, y que han sabido cincelar catálogos excelentes, situándose en lo más alto de la edición literaria barcelonesa. Lumen está ahora integrada en un gran grupo; pero Tusquets y Anagrama siguen como faros de la edición independiente.
El anuncio, el pasado jueves, de que Herralde había suscrito un acuerdo con la editorial italiana Feltrinelli para venderle, a cinco años vista, Anagrama, ha causado revuelo en los corrillos profesionales de Barcelona, gran capital mundial de la edición hispánica. Ya Tusquets tuvo en su día relaciones con un gran grupo español, más tarde disueltas. Pero Anagrama había permanecido como bastión inexpugnable y referencia constante entre los independientes. Así lo ha tenido a gala hasta hace escasas horas. Hasta que, anticipándose al inexorable dictado de la edad, y al objeto de garantizar el futuro de la casa, Herralde, paradigma del editor propietario, en este caso sin sucesor aparente en la dirección editorial, ha decidido vender a una firma italiana, que es vieja amiga y se rige por criterios afines.
En esta circunstancia, conviene sopesar la operación sin dramatismo. Aunque Anagrama es barcelonesa y Feltrinelli es italiana, ambas son editoriales de Europa, ámbito en el que sus propietarios se han movido y se han relacionado con naturalidad. La llegada de Feltrinelli no es por tanto la de un extraño. Ni insólita, puesto que ya operan en Barcelona, y de modo provechoso, grandes grupos editoriales foráneos, de Bertelsmann a Mondadori. Dicho esto, hay que hacer votos para que, pese al cambio de propiedad, Anagrama continúe siendo una firma barcelonesa y siga produciendo, con base aquí, libros, cultura y tendencias. A tal efecto, será bueno que el Govern que ahora inicia su andadura sea consciente de que la industria editorial, en catalán o en castellano, es un sector estratégico prioritario, y que actúe, de ser preciso, en consecuencia.
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