La escritora moscovita, aguda y satírica observadora de los ritos cotidianos, ofrece en Nuevo alfabeto ruso una radiografía de la Rusia actual: nuevos ricos y desajustes sociales, y sus estrechos lazos con el pasado comunista
Nacer bajo una dictadura, incluida la del proletariado, puede ser una tragedia. Pero los regímenes totalitarios ofrecen también grandes posibilidades para la comedia. La periodista y escritora Katia Metelizza (Moscú, 1968), que además es lo bastante joven como para haber escapado a los años negros del estalinismo, ha preferido la risa al llanto a la hora de lanzarse a la escritura. Su mirada al pasado, y al presente, se apoya en la ironía, consciente de que el devenir humano no alcanza casi nunca la épica. Nuevo alfabeto ruso, el primer libro de la autora que acaba de publicar en castellano la editorial Demipage, en una cuidada edición con ilustraciones retro de Jean-François Martín, es un himno al optimismo.
Lo primero que percibe el lector al abrirlo es el humor que rezuma por todas partes. ¿Tan importante es reírse? "Lo más importante", explica Katia Metelizza por correo electrónico, recurriendo, a veces, a palabras en español, aunque pide de inmediato perdón por su desconocimiento de la gramática de un idioma que, explica, no ha estudiado. Así, pues, del humor dice que "es la única arma". El arma principal. "Nadie debería tomarse a sí mismo demasiado en serio. Para mí, el humor es ley".
¿Qué decir de la ex URSS? A Metelizza se le ocurren muchas cosas, pero opta por hablar de la kolbasa, típica salchicha rusa, alimento hiperpopular, o de los ubicuos arenques. Uno y otro alimentos contienen algo de la esencia de aquella patria, que se desvaneció hace casi dos décadas. Hoy la madre Rusia es otra cosa. "No cabe duda de que es una madre soltera, una madre soltera con familia numerosa", nos dice Metelizza en el capítulo titulado Patriotismo de su libro. Metelizza nació y vivió su infancia bajo el régimen comunista, se educó en ese ambiente de niños pioneros, patriotismo ciego y atmósfera claustrofóbica y fue testigo después del desmoronamiento de la URSS y de la llegada de un nuevo sistema político repleto de desigualdades y anacronismos. Mucho se ha escrito de esa brutal transición, pero Metelizza no hurga en heridas, no juzga, ni proclama, se limita a recordar, con humor, las liturgias de un pasado que sigue, de alguna forma, ahí. ¿Siente nostalgia de los viejos tiempos?
"Hay un término en el argot cinematográfico, "naturaleza que se desvanece". Esa es mi actitud. Simplemente, intento ver, sentir y describir las cosas que se desvanecen. Aunque yo no diría que siento nostalgia del pasado. En absoluto. Simplemente recuerdo con amor mi infancia. ¿Y quién no?", responde la escritora.
Leyendo su libro, se observa una ironía casi tierna en la descripción del pasado, mientras el presente está visto con un prisma de humor mucho más corrosivo. Por ejemplo, en el capítulo Aterrizando, Metelizza describe las colas en el aeropuerto Sheremetyevo (Terminal 2), refiriéndose a ellas como una "institución". "Los aduaneros rusos, mujeres y hombres, no tienen la costumbre (¿la orden?) de desear a sus conciudadanos un vuelo agradable; se limitan a un lacónico '¡siguiente!". A cambio reciben un educado, en ocasiones, incluso servil, "gracias". Cada letra del alfabeto le sirve a Metelizza para describir los vicios (y alguna virtud) de su país. Nuevos ricos fascinados con lo extranjero, desastres burocráticos, desorganización. Un Moscú inabordable, urbanizado sin lógica, y unos taxistas que se resisten a reconocer su ignorancia y se aventuran sin mapa por la ciudad. Metelizza parece encariñada, en cambio, con las dachas, las casitas de campo, casi siempre modestas, en las que la gente de la ciudad acumula objetos viejos y en desuso, de los que nadie quiere desprenderse.
La escritora se ríe de todo y de todos, pero no con una carcajada. Hay más sonrisa, indulgencia hacia la fatal condición humana, que auténtico sarcasmo. Pongamos por ejemplo algunas normas de la higiene moscovita, como la que lleva a las autoridades a cortar el agua caliente un mes al año. Un filón para los humoristas que a Metelizza le da para un capítulo entero, el de la letra 'e' de su nuevo alfabeto. "El Gran corte anual de agua caliente. Es la manifestación de un poder superior, de un intelecto más elevado, que se divierte sometiendo a los ciudadanos de la capital rusa a una pequeña prueba de superación anual", escribe.
También hay aspectos cómicos en la vida presente y pasada de la autora. El nuevo alfabeto se nutre del pasado, no lo olvidemos. En el capítulo Calcetines, medias y panties recuerda el odio que le inspiraron (¿ideológico?) sus primeros panties. Un par de leotardos azul claro "que provenían de una república soviética del Báltico. Me los trajo un conocido. Se me aparecieron, literalmente, como una manifestación de la civilización occidental, como una encarnación de Occidente. Los odié de inmediato".
Metelizza, que comenzó su carrera como periodista (colaboró en los noventa con la BBC, o Radio Liberté, y escribe una columna en el diario ruso Nezavissimaya Gazeta), ha publicado cuatro libros con recopilaciones de sus artículos: Abecedario de la vida, Amor, La barba de papá y Kirchen, Küche, Kinder. Nuevo alfabeto ruso es una selección de textos de los dos primeros libros. Para muchos, los temas escogidos, notas menores de la vida cotidiana, pueden ser sinónimo también de escritura menor. A Metelizza no le importa. "Puede ser que me consideren una escritora menor, no me asusta lo más mínimo, nunca he buscado nada más. Lo que realmente me asustaría es parecer un profundo tonto. Alguien con barba (en español en el mensaje), con la pretensión de ser un gran escritor ruso. Bueno, incluso sin barba y sin ser tonto, pero pretendiendo ser profundo y apabullante. Cada uno tiene que cultivar su propio jardín, palabras clave; la única filosofía verdadera. ¿No son más valiosos los detalles y las circunstancias reales, los sentimientos auténticos (no tienen por qué ser femeninos, sino, simplemente los de cada uno), que las frases generales, vacías en muchos casos? Desde luego, yo creo que sí".
Es curioso que Metelizza, con sus dotes de humor y superficialidad se declare devota de un escritor como Fedor Dostoievski, un alma atormentada. Cuando se le pregunta por las influencias que han dejado en su prosa los grandes autores rusos, empieza por citar al autor de Crimen y castigo. "Dostoievski ha sido mi escritor favorito desde que era muy joven, y todavía hoy sus novelas me parecen lo mejor del mundo", dice. "¿Se ha fijado en lo graciosa que es su novela El idiota? Por no hablar del misterio que rodea a Los hermanos Karamazov. Los héroes de Dostoievski son inconsecuentes, lo mismo que los seres humanos. O al menos, como solíamos serlo los rusos. Me encanta ese rasgo".
El otro gran mito ruso, León Tolstói, fue durante años un escritor irritante para ella. "Durante mucho tiempo lo vi como una especie de antagonista de Dostoievski, en tanto que artista. Su estilo moralizador, su manera impertinente de analizar, de enseñar... Él y toda la escuela que creció a su alrededor me irritaban tanto que, incluso, escribí una polémica novela gráfica, basada en Anna Karenina. Porque, aunque sea sorprendente, Anna me gustaba muchísimo como persona. Y en el fondo adoraba al gran artista que la creó, tan viva, cálida y encantadora. Pero odiaba al mismo tiempo a ese escritor moralista que decide matarla, y la mata. Y con eso cumple una venganza. Un asesinato".
Con los años, su juicio sobre Tolstói se ha modificado. "Tal vez solo ahora puedo decir que estoy empezando a entender a Tolstói. Era una persona que, probablemente, tenía sus dudas. Durante toda su vida, hasta el final, intentó buscar a Dios dentro de sí mismo, se volvió hacia el budismo... Pero, claro, supongo que hay que ser ya adulto para entender a Tolstói. Su camino personal es más importante que su literatura. Hay otro escritor ruso para "adultos" que me gusta mucho, Antón Chéjov, es enormemente triste, áspero. Recoge todo el dolor del mundo. Social y personal".
Hay muchos más autores que han marcado su visión de la escritura y de la vida. "Nikolái Gógol es brillante, fantástico. El mejor para mí, una verdadera delicia. Por no hablar de Alexandr Pushkin, cuya influencia en el lenguaje ruso moderno es tan grande que ninguno de nosotros estamos libres de ella. Pero si hablo de mí, de la influencia que han dejado en mí los escritores rusos, tengo que mencionar a una escritora que vivió a caballo de los siglos XIX y XX (tras la revolución comunista emigró a Francia y se instaló allí), su seudónimo era Taffy. Sus historias cortas se han publicado en revistas y en periódicos. Siempre son graciosas. Un estilo ligero, pero preciso y agudo. Era muy famosa, incluso el zar Nicolás confesó que era la única escritora que había leído. Tenía un rasgo fundamental (poco común entre los escritores rusos, por cierto). Cuando le preguntaban de dónde sacaba a sus ridículos personajes, siempre respondía: "Del espejo". Una posición muy importante, tanto ética como estéticamente", dice Metelizza. "Siempre procuro no ser muy seria, y mantener mis dudas. Siempre hay más preguntas que respuestas, pero quién sabe cuáles son más importantes".
Nuevo alfabeto ruso. Katia Metelizza. Ilustraciones de Jean-François Martin. Traducción de Marian Womack. Demipage. Madrid, 2010. 160 páginas. 20 euros.
Fuente: El País
No hay comentarios:
Publicar un comentario