por Herme Cerezo
El verano es un tiempo ideal para aburrirse. Si uno se descuida, el calor, la calor o como se diga, termina tostándole las neuronas mientras el tedio le invade. La mejor manera para combatir este problema consiste en establecer una profunda simbiosis entre la siesta y la lectura.
Pero como no nos vamos a pasar todo el día durmiendo, porque al final uno también se aburre de la almohada, lo mejor es compaginar ambas posibilidades o pasar directamente a la segunda: leer. Leer a palo seco o con una bebida refrescante a nuestro lado, porque el fumeteo o el fumeque, como le llaman algunos, en los días, semanas, meses y años de crisis que corren, está mal visto y, además, produce cáncer. O eso nos cuentan.
Por otro lado, como durante el verano poseemos más tiempo disponible del habitual, podemos recurrir a lecturas que no son de actualidad. No es preciso estar leyendo constantemente los últimos libros que se han asomado a los escaparates, internos y externos, de las grandes y pequeñas librerías, o a la ventana del ordenador. Lo que realmente importa es leer bien, entendiendo por bien algo que merezca la pena, resulte provechoso y entretenga sin caer en vacuos ditirambos. Y en este sentido, repasar “viejas novelas”, cuya calidad ya nadie puede poner en tela de juicio, y si alguien lo hace, peor para él, constituye una de las mejores posibilidades que tiene a su alcance el lector del siglo XXI.
Y a eso, “a leer de lo viejo”, me dediqué en parte durante el pasado mes de agosto. Fueron dos novelas policiacas, ambas escritas por autores españoles, las que me llevé al magín y me aliviaron del tedio, del calor y de las entrañables, y cada vez menos numerosas, moscas mediterráneas. La primera que cayó – me refiero a libros, no a moscas, claro está –, además en tiempo récord, fue la titulada ‘Viejos amores’ del malagueño (a pesar de su apellido), Juan Madrid. La segunda fue ‘El hospital de los dormidos’, escrita por el fallecido Francisco García Pavón.
‘Viejos amores’, basada en un hecho real, fue publicada por primera vez en 1992. Juan Madrid decidió embarcarse en la exploración de la mente enferma de un hombre joven, obsesionado con mujeres octogenarias y que terminó convertido en un asesino en serie. Utilizando el oficio de fontanero como llave para abrir puertas ajenas, tenía conocimientos de la materia aprendidos en el Tercio, violó y estranguló a dieciséis ancianas, llevándose de sus domicilios algunos objetos insignificantes como recuerdo de aquellas relaciones tan particulares. Tras asesinarlas, recomponía la escena del crimen, acostaba a las víctimas y las abandonaba en una postura de extraña placidez. ‘Viejos amores’ tiene, desde el punto de vista literario, muchos valores. En primer lugar, algo ya muy habitual en Juan Madrid, una exhibición profusa del lenguaje policial, delincuencial, castrense y del talego. En segundo, la utilización de un ritmo trepidante, que alterna la primera y tercera persona, para mostrarnos las sombras de la sociedad que nos rodea y que muchos desconocemos. El lector se ve atropellado por la acción hasta tal punto que no puede dejar de leer, porque las palabras se le pegan en la mente de un modo que difícilmente permite el alejamiento del libro hasta su conclusión. El trabajo de profundización en la piel del protagonista, J.F. Ruiz Muñoz, es sencillamente espléndido. Madrid consigue que durante la lectura surjan dudas sobre la catadura moral del sujeto, sobre si es inocente o culpable, sobre si está cuerdo o ido. Por último, ‘Viejos amores’ es una novela cuyo final no queda resuelto, aunque se intuye, lo que le proporciona un valor añadido al texto, ya que permite al lector participar justo en el momento de la resolución de la historia.
Francisco García Pavón (Tomelloso, Ciudad Real, 1919-Madrid, 1989) ofrece siempre refugio seguro para los lectores del género policial. ‘El hospital de los dormidos’ fue su última novela escrita. Publicada ya en época democrática, en 1981, el mismo año del 23-F, mantiene el estilo al que el escritor manchego nos ha habituado en sus relatos pero con una mayor libertad. Es como si el asentamiento de los nuevos valores políticos y, por ende, la desaparición de la censura hubieran conseguido que García Pavón se “soltase el moño”, tanto en el fondo como en la forma. Desde luego en ‘El Hospital de los dormidos’ vamos a encontrar el acostumbrado, y también costumbrista, habla de la gente manchega, de Tomelloso y otros lares, pero con menos cortapisas, con mayor espontaneidad e ingenio.
Los tacos, ocurrencias y juegos de palabras en torno al sexo y a otros asuntos campan a sus anchas, cosa que en las anteriores entregas no ocurría. El argumento de la novela es también bastante insólito en la trayectoria de Plinio, alias Manuel González y, sin lugar a dudas escapa del ámbito policial. De hecho, no hay ni un solo crimen en toda la novela (ni falta que hace), pero es que es tal la fama alcanzada por el Jefe de la GMT que se le permite un cierto toque de taumaturgia para desentrañar cualquier misterio. Un misterio que, en este caso, se cierne en torno a una serie de cuerpos, todos de hombres hechos y derechos, algunos decididamente orondos, que, de modo estraño, comienzan a aparecer plácidamente dormidos en el propio Tomelloso y en otros pueblos aledaños.
Por supuesto, el contrapunto de Manuel González, don Lotario, no podía faltar en esta despedida de las aventuras de Plinio y ambos, por momentos, llevan el humor que ha presidido toda la serie, hasta una de sus más altas cotas. Y en ellos, como también en su padre literario, el tiempo también ha pasado y si antes se movían en barbechos dictatoriales (gobiernos de Primo de Rivera y de Franco), con un discurso nada baladí pero sí apto para estos ambientes represivos, ahora lo hacen con verbo democrático. Las referencias en ‘El hospital de los dormidos’ a Suárez, a la UCD, al bingo, a la liberalización de costumbres, así como otros guiños (tolerancia con la prostitución), nos muestran el giro político acaecido en España durante la Transición, La Mancha incluida. Tomelloso, el escenario de siempre, continúa igual pero distinto. Y como el resto de los territorios del pentágono peninsular, ha sabido adaptarse a la nueva época.
Para finalizar, además del género común al que ‘Viejos Amores’ y ‘El hospital de los dormidos’ se adscriben y del buen trabajo lingüístico y narrativo desarrollado por los dos escritores, hay otro nexo de unión entre estas novelas, ya que ambas han sido reeditadas en el año que corre y, por lo tanto, resulta fácil encontrarlas en las librerías y tiendas especializadas (además de en Internet). Desde aquí mi aplauso para Flamma Editorial y Rey Lear, respectivamente, por lanzar estas reediciones tan atractivas e interesantes como riesgosas.
Fuente: www.diariosigloxxi.com
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