Matías Néspolo | Gijón
A primera hora de la mañana del viernes parte puntual el 'Tren Negro' de la Renfe, cargado hasta los topes una multitudinaria pandilla de delincuentes literarios. Su destino es de sobra conocido: Gijón, donde por la noche se inauguró oficialmente la XXIII Semana Negra. Pero el viaje no acaba ahí, sino el domingo 18 de julio, y qué depararán esos 10 días de travesía literaria desbordada es la pregunta del millón.
Hace años que el festival de Gijón se ha salido literalmente de madre y para bien. Imposible calcular con certeza el número de visitantes, pero la organización estima que en sus últimas ediciones ha superado con creces el millón de visitas a lo largo de su insólita semana de 10 días. Y lo cierto es que todo cabe en esa fiesta popular de las letras donde lo impredecible es la regla y, a pesar de todos sus excesos, la aventura siempre sale a pedir de boca.
Mesas redondas, debates, tertulias, exposiciones, conciertos, mercadillo, atracciones, recitales poéticos al filo de la medianoche, cine, gastronomía, media docena de premios internacionales a obra publicada, más certeros que un tiro a quemarropa y hectolitros de sidra, entre otras cosas.
"No hay centro, porque la Semana Negra es centrífuga", resume el primer imputado de cuanto crimen literario se tercie, Paco Ignacio Taibo II, el director de la fiesta de claro espíritu ácrata. "No corremos una carrera de velocidad, sino un maratón. La Semana es un canto a la diversidad frente a la pretendida uniformidad editorial", añade. Y de hecho la novela policíaca ya juega en pie de igualdad con el cómic, la ciencia ficción, la novela histórica, la no ficción, el fotoperiodismo...
Lo único predecible de su programa, por supuesto "sujeto a cambios", son los autores invitados: Petros Markaris, Juan Ramón Biedma, José Luis García Montero, Gisbert Haefs, Mario Mendoza, Willy Uribe, José Carlos Somoza, Laura Esquivel... y un largo etcétera hasta completar las 130 firmas. Qué deparará la fiesta de este año es imposible saberlo por anticipado. Ésa es la mejor mano de las historias que acumula la Semana Negra en sus dos décadas de vida.
Espías ex convictos y boleros
"Recuerdo de las primeras ediciones a un novelista ruso entrañable y muy divertido, Julian Semionov", hace memoria Andreu Martín, otro de los sospechosos habituales. El personaje "que parecía una caricatura de las películas de James Bond" exprimía al máximo la barra libre del festival, "ya desde el tren negro", hasta caer KO. "La sopresa vino cuando supimos que era un agente de la KGB", añade Martín, para quién lo mejor de la fiesta era "la 'naïveté'[ingenuidad] de su planteo y el aire de improvisación en el que parecía que las cosas salían por casualidad", que jamás se ha perdido.
Semionov, para más inri, era "Coronel Honorario de la KGB", puntualiza Taibo, pero no el único espía que pasó por Gijón. También lo hicieron varios agentes de la CIA "y este año tenemos a Fabián Escalante, un general dos estrellas de la contrainteligencia cubana", encargado de frenar las operaciones especiales de la CIA sobre la isla en los años 60 y 70. Sin embargo, quienes sorprendieron a Taibo en Gijón no fueron los espías, sino los delincuentes comunes.
"Una vez me enfrenté a dos ex convictos recién salidos de prisión que le habían robado el gorro a un repartidor de nuestro periódico a quemarropa", recuerda. Los ex convictos desenfundaron un arma blanca y un nervioso Taibo los desafió con "la típica risa mexicana" que le surgió espontánea e involuntariamente. "No podía creer que retrocedieran, y cuando me giré me di cuenta que me escoltaban cuatro feriantes armados con palos", añadió.
El otro Paco, el gurú barcelonés de la novela negra, atesora anécdotas de menor riesgo. "Lo más insólito que me ocurrió en la Semana Negra fue en su primera edición", recuerda Paco Camarasa, "cuando la autora de novela negra japonesa Masako Togawa se reveló como una excelente cantante de boleros que nos eclipsó a todos con su versión de 'Bésame mucho' en japonés".
Camarasa guarda con celo una larga lista mental de todos los escritores negro-criminales que intentaron, sin éxito, seducir a Masako y no suelta prenda. "Lo cierto es que a partir de entonces nada me sorprende de lo que pueda encontrar en Gijón", añade. Y habla en serio.
La ansiedad de los novatos
Con semejante prontuario festivo a cuestas, la ansiedad tiene a mal traer a los novatos impacientes por debutar en Gijón. El barcelonés Carlos Zanón lo hace con 'Tarde, mal y nunca' (Premio Brigada 21 a la mejor primera novela). "Espero encontrarme caos, olor a pulpo, mesas redondas multitudinarias en las que apenas se escuchan los participantes y, por supuesto diversión y mucha sidra, que lo dejo para el final pero a quién voy a engañar", confiesa Zanón.
Y no se equivoca en absoluto, pero ya fuera de broma puntualiza que le hace ilusión el contacto e intercambio con los colegas de armas –sobre todo con Julián Ibáñez, autor a quien sigue y admira– y la mezcla generacional de escritores.
Otro novato a medias es el joven murciano Enrique Rubio, finalista del premio Silverio Cañada por 'Tengo una pistola', que ya pasó fugazmente el año pasado por Gijón para presentar su primera novela.
"Gijón es una aventura y yo voy a aprender y a escuchar, a conocer más el género directamente de los autores que sigo", explica. Para Rubio la Semana Negra es una oportunidad para romper su aislamiento narrativo. "Soy un extraterrestre que no tengo contacto con el mundillo literario", dice valorando el contacto con sus raíces que le ofrece el festival. Y lo que no deja de sorprenderle es "el contacto con la gente de a pie". "Me llama mucho la atención esa mezcla increíble entre feria popular y las letras", concluye Rubio dispuesto, al igual que Zanón, a exprimir al máximo la fiesta.
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