Leer textos a través de Internet, mayormente hipertextos, no parece ser lo mismo que leer un texto fuera de Internet, mayormente un texto plano. Sobre todo si nuestra intención es aprender.
La intuición parece decirnos lo contrario: si la cuestión es aprender, lo mejor parecer ser que el texto esté jalonado de vínculos que enlacen con otras páginas, así se conseguirá una suerte de conocimiento interconectado, global, orgánico, de perspectiva múltiple, etc.
Pero la investigación sugiere, en base a los efectos cognoscitivos del hipertexto, que éste no es ninguna panacea para la educación del futuro. El mayor handicap es que el la propia estructura del hipertexto dificulta la lectura: implica la realización de tareas muy exigentes ajenos al acto de leer en sí mismo, tal y como señala Nicholas Carr en Superficiales:
Descifrar hipertextos es una actividad que incrementa sustancialmente la carga cognitiva de los lectores; de ahí que debilite su capacidad de comprender y retener lo que están leyendo. Un estudio de 1989 demostró que los lectores de hipertextos a menudo acababan vagando distraídamente “de una página a otra, en lugar de leerlas atentamente”. Otro experimento, de 1990, reveló que los lectores de hipertextos a menudo “no eran capaces de recordar lo que habían leído y lo que no”. En un estudio de ese mismo año, los investigadores hicieron que dos grupos de personas respondieran a una serie de preguntas mediante consultas a un conjunto de documentos. Un grupo consultó documentos electrónicos dotados de hipertextos, mientras que el otro consultó documentos tradicionales impresos en papel. El grupo que consultó documentos impresos superó en rendimiento al grupo dotado de hipertextos a la hora de completar su tarea.
Podríamos pensar que el hipertexto requiere más carga cognitiva porque no estamos habituados al hipertexto. Es decir, que con el transcurrir de los años, la gente se acostumbraría a la arquitectura del hipertexto. Pero no ha sido así. Los efectos continúan nocivos de leer hipertextos siguen siendo idénticos: los lectores de texto lineal entiende más, recuerda más y aprende más que aquellos que leen texto salpimentado de vínculos dinámicos.
En 2005, Diana DeStefano y Jo-Anne LeFevre, psicólogas del Centro de Investigación Cognitiva Aplicada de la Universidad de Carleton (Canadá), sometieron a revisión exhaustiva nada menos que 38 experimentos ya realizados en relación con la lectura de hipertextos.
La mayoría de las pruebas indicaba que “las crecientes demandas de toma de decisiones y procesamiento de la lectura”, especialmente en contraste con “la presentación lineal tradicional.” Concluyeron que “muchas prestaciones del hipertexto aumentaban la carga cognitiva, pudiendo exigir mayor memoria de trabajo de la que tenían los lectores.”
Otra cosa es que pedagógicamente se convenga que los contenidos bien diseñados, donde se combinan explicaciones o instrucciones auditivas y visuales, puedan mejorar el aprendizaje del lector. Eso se sostiene porque nuestros cerebros usan canales diferentes para procesar lo que vemos y oímos. Internet, sin embargo, no ha sido diseñada por educadores para optimizar el aprendizaje: todo se presenta de forma desequilibrada, de una forma que no deja de fragmentar la concentración.
La Red es, por su mismo diseño, un sistema de interrupción, una máquina pensada para dividir la atención. Ello no resulta sólo de su capacidad para mostrar simultáneamente muchos medios diferentes. También es consecuencia de la facilidad con la que puede programarse para enviar y recibir mensajes. La mayoría de las aplicaciones de e-mail, por usar un ejemplo obvio, están configuradas para comprobar automáticamente si hay nuevos mensajes cada cinco o diez minutos; y muchos usuarios actualizan rutinariamente, con el mismo fin, la bandeja de entrada, por si esta frecuencia no fuera suficiente. (…) Más allá de la influencia de los mensajes personales (no sólo por e-mail, sino también instantáneos o los telefónicos), la Web nos suministra cada vez más notificaciones automáticas.
Internet, pues, exige multitarea mental continua. Y además nos gusta, nos produce placer que se nos interrumpa con nuevos eventos y noticias. Para nuestro cerebro, este tipo de información anecdótica es adictiva. Y el hipertexto alimenta esa adicción. Interrumpiéndonos. Dificultando la lectura de textos lineales sostenidos que precisan de concentración.
Así que no siempre es lo mismo leer a través por Internet que leer un libro. Aunque todos quisiéramos que fuera así.
Si queréis profundizar en este tema, de cómo Internet nos vuelve más tontos pero también más inteligentes (según el tipo de inteligencia que estemos midiendo), os recomiendo otro artículo que escribí al respecto en la revista Mètode, de la Universidad de Valencia. Y, por supuesto, el libro de Nicholas Carr Superficiales.
Y espero que los hipervínculos del texto no os hayan distraído demasiado.
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